Hay algo que los venezolanos solemos compartir y es que lo vivido, entre nosotros, no se parece a nada. Una voz que dice - ”Sí vale, es que lo de Venezuela no se parece a nada”. Y pregunto ¿Se podrá decir algo acerca de ese estado actual de las cosas? Pensando que con estado actual de las cosas nos referimos a algo así como el estado-actual-subjetivo-de-lo-venezolano.
Mientras escribo me encuentro tentada a pensar “la nada” como palabra, buscarla en la historia alguna trama de su sentido, en la filosofía, en las canciones. Me apura quizás la angustia, organizar en una opinión este decir escuchado. Pero logro detener este sobresalto porque también es verdad que los venezolanos decimos más cosas.
Es obvio que los estados anímicos, los estados mentales en los que nos encontramos tienen su efervescencia. Es probable incluso que no sepamos tanto y entonces se trata más bien de cierto estado de confusión, de ignorancia. Un no-saber insoportable del que se naufraga en la corriente oceánica del internet, olas y olas de hipótesis, opiniones y mucha descarga de las que no se puede hacer otra cosa que suscribir, hostilizar, huir.
Otra cosa que hemos presenciado es que en política, Venezuela se ha usado para referirse a un estado peyorativo de las cosas, ruina, manuales de autodestrucción, expoliación, etc. Y bueno, como suele ocurrir otro tanto de nosotros los venezolanos, difieren; no están para nada de acuerdo. Y otra de líderes políticos que como parte de la campaña prometen un devenir en dirección totalmente opuesta a la de Venezuela. Y este decir también tiene sus efectos en el estado-actual-de-lo-venezolano, que es una situación mental y emocional, una pregunta por el sentido que entraña ser un pedazo de un territorio, de un alma.
Y entonces ¿Cómo es que se organiza el acontecer de lo venezolano? ¿Qué fue eso que se puso en jaque? Cómo hacernos de un sentido que posibilite a las personas situarse, les permita organizar sus experiencias vitales, hacerse una casa y un rumbo también. ¿Qué hacer?
Es curioso el hecho que este texto inicie con un decir escuchado, “Venezuela no se parece a nada”. Que en realidad es un decir porque se comparte con otro, hay alguien que está escuchando/leyendo. “La nada” entonces toca la puerta de quien atestigua tal padecer, lo emocionaría de alguna manera.
Tal vez ese otro no pueda devolver al amig@ venezolan@ a cierto estado de entereza pero mientras le escucha, con empatía quizás, pueda éste volver, sí volver, a ubicar en su historia una potencia de posibilidades. Y eso no es a la nada a lo que se parece, probablemente sea dolor. Probablemente sea amor.
Es Venezuela, querid@s, un arraigo por completar.
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